Opinión

8.Dic.2015 / 01:28 pm / Haga un comentario

La identidad política del chavismo está intacta. Todo el que haya estado recientemente en las catacumbas lo sabe. Triunfante la guerra económica, el chavismo ha visto disminuir su fuerza. Pero permanece allí, irreductible. Aún puede hablarse con absoluta propiedad de una revolución bolivariana, porque existe un sujeto de esa revolución. Se dirá que son cuestiones básicas, pero son éstas, justamente, las que hay que tomar en cuenta a la hora de los balances por hacer.

No ha triunfado la oposición, sino la contrarrevolución. La caracterización, hecha por Maduro, es clave. La contrarrevolución ha logrado imponer, de manera circunstancial, las reglas de juego. Tiene la iniciativa. Para lograrlo no sólo se ha valido del antichavismo histórico (hay que decirlo, de los deseos legítimos de “cambio” de una parte de su base social, que no se identifica con las tendencias más fachas), sino que, por primera vez, ha logrado movilizar a un porcentaje de la base social del chavismo. Éste es, tal vez, el dato más enigmático del actual momento político.

¿Cuáles son las condiciones que han hecho posible este fenómeno de desafiliación política? ¿Hasta qué punto puede atribuírsele a la guerra económica? Sin menospreciar en lo absoluto los efectos de esta última, mi hipótesis es que este fenómeno también puede ser entendido como una reacción extrema, desesperada, frente a lo que se juzga como no correspondencia entre la práctica de parte del liderazgo chavista (en funciones de gobierno o con responsabilidades en el partido) y la cultura política chavista.

Bien se trate de funcionarios de gobierno o de partido, debemos someter a profunda revisión nuestras prácticas militantes. Revisar, por ejemplo, en qué medida hemos logrado asimilar que la política revolucionaria habrá de ser una política de los comunes. No se trata de una cuestión secundaria: entender que la política chavista es, por definición, una política de los iguales, equivale a resolver un problema conceptual decisivo. Quizá sea ésta la gran revolución teórica del chavismo, su contribución a la emergencia de una cultura política emancipatoria adaptada a los rigores, circunstancias y desafíos del siglo XXI. Y sin embargo, no le prestamos la importancia que merece.

El pueblo lo sabe. Sabe de sobra que con Chávez hizo épica. Los nadie, los invisibles hicieron épica haciéndose chavistas. Después de Chávez, imp emedo.

Revisar nuestras prácticas militantes no significa entregarnos a la introspección mientras la vida acontece. Pero hagamos todo cuanto esté a nuestro alcance para no dedicarnos a enumerar los defectos de una clase política antichavista que, por más impresentable, hoy se erige vencedora. Sobre todo porque no estamos acostumbrados a la derrota electoral, seamos buenos perdedores. No importa si algunos de ellos se comportan como los peores ganadores. No caigamos en provocaciones: ¿acaso no está claro que el objetivo de éstas es inducir nuestros errores políticos?

Además, revisar nuestras prácticas militantes supone la ventaja estratégica de que es una tarea que le corresponde a todo el chavismo, si bien el acento está puesto en su liderazgo. Lo crucial, si al caso vamos, es que éste último evite, en todo momento, recurrir al viejo expediente de la culpabilidad de las masas malagradecidas. Un liderazgo político revolucionario asume responsabilidades, no distribuye culpas. Volviendo: revisar nuestras prácticas es algo que debemos hacer todos, y no sólo Maduro o el burócrata tal o cual. ¿Hasta qué punto hemos asimilado las lecciones históricas de la profunda transformación cultural que significó la insurgencia del chavismo? ¿Cómo se expresa esto en la forma como hacemos política? ¿Realmente hemos entendido que la revolución es una obra colectiva, y no uno más de tantos asuntos pendientes del gobierno, el partido o el Presidente?

La identidad chavista está intacta. Ella puede encontrarse en las catacumbas, pero también se ha expresado electoralmente este 6D con extraordinaria energía. A pesar de tener tanto en contra, o precisamente por ello, el chavismo ha salido a pelear, una vez más, aunque el empeño que le ha puesto no haya sido suficiente. Pero que lo sepa el mundo: el chavismo es, por definición, un sujeto guerrero. Seguirá peleando, y se reencontrará con la victoria. Tan seguro como que se llama chavismo.

No hay chavismo vencido.

Fuente: Página oficial del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)

 

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